miércoles, 10 de diciembre de 2008

La poesía actual y algunas definiciones de poesía

Ayer me llegó un correo masivo donde se me invitaba a la Gran Final del Torneo de Poesía “Adversario en el cuadrilátero”, promovida por VersodestierrO. Sobre este tipo de espectáculos poéticos ya había hablado en un post anterior y abrí el correo para ver de qué se trataba. La invitación decía:
“La gran final ha llegado a su momento. Más de 50 poetas entraron a la primera fase; sólo 16 clasificaron. Luego sólo ocho: ahora se disputarán la Copa Poética, cuatro poetas que han sobrevivido a los enfrentamientos poeta versus poeta, demostrando que la poesía sí puede ser un deporte intelectual. Algunos momentos han quedado ya en la memoria como duelos imborrables por su calidad poética en este 2008. Los cuatro finalistas han ganado ya su lugar en la antología Adversario en el cuadriláterO 2007/2008, pero sólo tres conseguirán la copa. Los invitamos a que asistan a esta función poética, propuesta de la editorial y revista VersodestierrO.”

La página de la Copa Poética nos avisa: "Este torneo propone la poesía como un deporte intelectual. Su intención es lanzar el poema a todo público ávido de espíritu; provocar pasiones, sanas competencias, y sobretodo incitar al receptor a que exija más del poeta. 'La consolidación de la poesía está en el enfrentamiento con el mundo, es decir, con el público'. Con esta idea nace Adversario en el cuadriláterO: poeta versus poeta enfrentándose con su poesía. Comentaristas en vivo, música, jurado, todo en el preciso momento alrededor de un ring: un espectáculo cultural digno de cualquier deporte."

La idea de que la poesía “sí puede ser un deporte intelectual” me hizo pensar en otras definiciones de poesía. Aquí cito unas cuantas. Algunas me gustan, otras, no; pero a veces es bueno recordarlas.

“La poesía es lo real absoluto”: Novalis.

“La poesía es una espada de luz siempre desnuda, que consume la vaina que intenta contenerla”: Shelley.

“La poesía es magia: nacida en pecado”: W. H. Auden.

“La poesía es un método de análisis, un instrumento de investigación”: Jorge Cuesta.

"La poesía no es, como se ha dicho, la realidad absoluta, pero se le acerca, la añora fuertemente, tiene una profunda percepción de la realidad, en el punto extremo en que lo real parece asumir la forma del poema... la poesía es una forma de vida, una forma integral de vida, el poeta existió entre el hombre de las cavernas, y existirá entre los hombres de la era atómica, porque el poeta es una parte inherente del hombre": Saint John Perse.

"La poesía es revelación, es vida en esencia, es el universo que se pone en pie (...). Si la verdadera poesía contiene siempre en su esencia un sentido de rebelión, es porque ella es protesta contra los límites impuestos al hombre por el hombre mismo, y por la naturaleza. La poesía es la desesperación de nuestras limitaciones”: Vicente Huidobro.

"La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo... El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal": Octavio Paz.

También me acordé de Rimbaud: “Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.”



Y, por qué no, de este poema de Gonzalo Rojas, que hay que leer con alguna frecuencia:

No tenemos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.
¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.

Pero somos precoces, eso sí que somos, muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavía más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico.

El final del correo sobre “Adversarios en el cuadrilátero” apunta otra definición: “La poesía no es una P en la frente”.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Premios desiertos y el "ninguneo"

Porque las novelas eran buenas “hasta la mitad”, y no representaban una propuesta literaria, declararon desierto el IV Premio Tusquets de novela. Los participantes deben estar molestos pero a mí me parece una medida saludable que honra al jurado y elimina la nube de sospecha alrededor de los grandes premios de narrativa que, según dicen, están asignados —previa intervención de agentes literarios y componendas amistosas— con anticipación. Jorge Edwards, Elmer Mendoza, Juan Marsé, Almudena Grandes y Beatriz de Moura no se entusiasmaron con las obras que leyeron y no creo que, como ocurre a veces en México, sean acusados de soberbios o de “ningunear” a los participantes, palabras que mereció el jurado del Premio de Poesía Aguascalientes 2008 por un fallo similar.

Lo cierto es que hay muchas formas del ninguneo o, tal vez, esta palabra es sólo una forma del resentimiento bilioso. Uno de los recuerdos más claros de mi infancia tiene sitio en la casa de mi abuela paterna donde pasaba algunas vacaciones decembrinas. Era una casa de pueblo edificada, sin embargo, en la ciudad de México: patio interior, construcción en L, una pequeña fuente, higueras, ciruelos, rosales y un letrero discreto pero visible que, adosado a la reja de entrada, permitía a los visitantes leer: “Esta casa es un hogar católico. No se admite propaganda protestante ni de otras sectas”.


La página de Tusquets que informa sobre la manera de presentar originales se parece a la casa de mi abuela. Al final de las recomendaciones se advierte al visitante que “la editorial no acepta el envío de poemarios, obras teatrales, y antologías de aforismos no solicitados, por lo que declina mantener correspondencia sobre el particular.”


martes, 2 de diciembre de 2008

Crítica y garabatos: en compañía de Martín Solares

Sentados frente a la mesa de un restaurante en la ciudad de Guadalajara, Sergio Pitol, Joaquín Diez Canedo, Martín Solares, Rodolfo Mendoza y yo aguardábamos el momento en que debíamos presentar la hermosa colección editada por Rodolfo para la Universidad Veracruzana, "Sergio Pitol, traductor", en el marco de la FIL. De pronto, el autor de Los minutos negros (recientemente señalado por Junot Díaz como el mejor libro del año, según leo en el blog de David Medina Portillo), nos mostró una pequeña libreta que, a la distancia, me pareció una colección de garabatos. En efecto, su cuaderno de apuntes eran dibujos. Dibujos de novelas. Rayas, círculos, extrañas coordenadas: ríos y pasadizos. No esquemas sino, al contrario, mapas de la memoria, la imaginación y, por qué no, de la crítica que no se contenta con dibujar tan sólo el cuadro.

Siempre he creído que la diferencia entre la crítica académica y la literaria es justamente la certeza de que, para esta última, existe un orbe de palabras que se salta la tranca de las marialuisas; que la estirpe analógica del lenguaje (y perdón por los terminajos) nos impide o nos debería impedir (como un imposible precepto de moral estética) la adopción del anaquel como método crítico. Ante al cuadrito profesoral, mejor el entusiasmo del garabato, la libertad de la línea, la disposición del lector para defender aquello que el cubículo señala con dedo flamígero como “crítica impresionista”.

A eso nos dedicamos aquel mediodía: al entusiasmo del lápiz, de la imaginación crítica. Pero nosotros estábamos sin libreta y sólo Martín se llevó, en la suya, la “impresión” de Sergio sobre su propia obra, El viaje.

martes, 25 de noviembre de 2008

Jorge Fernández Granados: ¿poemas con fantasma?

Cada quien lee lo que puede y quiere. La literatura, la poesía en particular y desde siempre, suscita esa operación mediante la cual somos, quienes leemos, coautores: cada lectura hace del libro, otro; del poema, algo nuestro que nos pertenece no sólo porque en él podamos encontrar referencias a nosotros mismos o a situaciones que imaginamos “similares” a las de nuestra historia, sino porque consigue establecer ese lazo oculto e inexpresable con una experiencia que, sin necesariamente coincidir en su origen con la nuestra, se convierte en nosotros y nos hace visibles: enfrentados en el espejo de la lengua, podemos reconocernos. Eso lo han dicho tantos y tan bien que no vale la pena abundar más sobre ello.

Sin embargo, cuando leemos una antología o la selección de algún poeta realizada por otra persona ocurre un fenómeno hermano aunque distinto. Frente a ellas estamos asistiendo a una doble lectura: la que nos propone el poeta pero, sobre todo, estamos leyendo la lectura del antologador. No seguiré con estas operaciones. Los fantasmas del palacio de los azulejos de Jorge Fernández Granados, sin embargo, propone una más. No sólo una doble lectura sino, también, una doble escritura: la del autor y la de su traductor. El cuaderno editado por la editorial norteamericana Tameme forma parte de una serie de “Chapbooks” dedicados a la traducción de poesía. El concepto no es nuevo, sin embargo, se agradece la perseverancia milagrosa de algunos editores que aún creen que la poesía es una forma para decir el mundo.

He seguido el trabajo de Jorge Fernández Granados desde sus primeros libros, aparecidos a finales de los noventa. Conozco y he disfrutado la poesía de este autor que, más allá de los múltiples premios literarios que ha obtenido (este mismo año mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, por su libro Principio de incertidumbre, Editorial Era, 2008) es uno de los poetas más consistentes de mi generación. Los poemas traducidos, seleccionados y publicados por el poeta norteamericano John Oliver Simon para Los fantasmas del palacio de los azulejos forman parte del libro con el que Jorge obtuvo el Premio Aguascalientes en el año 2000, Los hábitos de la ceniza, pero aquí, aislados de su contexto original, se transforman, son otros y permiten seguir otra lectura si no diametralmente opuesta, sí alternativa.

Hay tantos modos de leer un libro como lecturas posibles de realizar. Y en primera instancia, mientras leía la selección de Simon, llegué a pensar que tenía ante mí una lectura errónea por sesgada. ¿Por qué, me preguntaba, limitar la experiencia poética de Fernández a sólo poemas sobre “fantasmas”? Cuando uno lee antologías siempre tiene reparos, sobre todo si, como era el caso, Los hábitos de la ceniza es un libro que me gusta. Sin embargo, en una nueva revisión del breve volumen advertí que quizá la selección era, más allá del gusto personal de Oliver Simon —cuyas traducciones son, por otra parte, buenas— una muestra adecuada de lo que Jorge ha conseguido: establecer un diálogo permanente con lo que ya no es más que en el recuerdo; con lo que aparentemente ya no existe más que en su forma poética. Entonces, gracias a la operación poética que permite la coexistencia de tiempo y espacio, reanima, hace visible lo incorpóreo y le da cuerpo de palabras.

Dice Oliver Simon, en su presentación, que Fernández Granados le comentó la importancia de comprender que “la muerte no es una pérdida, sino una transfiguración”. Esa transfiguración es también el rasgo incandescente y vivo del poema.

Jorge Fernández Granados. Ghosts of the Palace of Blue Tiles / Los fantasmas del palacio de los azulejos. Traducción y selección de John Oliver Simon. Tameme Chapbooks, Los Altos California, 2008.

lunes, 20 de octubre de 2008

Tribulaciones del poeta actual

En ocasión de una charla sobre Sergio Pitol en China, en el año 2000 Jorge Volpi declaró que “los intercambios literarios entre los países latinoamericanos son limitadísimos, tanto, que diría que el concepto de literatura latinoamericana no existe, sólo une el idioma". Esta idea ocupa todavía al narrador en su reciente libro de ensayos, Mentiras contagiosas (Páginas de espuma, 2008), y forma parte de aquella arenga grupal, nacida en 1996, cuando por primera vez se da a conocer el Manifiesto Crack durante la presentación de los libros de quienes formarían parte de un grupo que fundó su existencia a partir, entre otras cosas, de un deslinde del boom latinoamericano. Sus novelas, particularmente las del propio Volpi, Ignacio Padilla y Vicente Herrasti hicieron gala de un “cosmopolitismo” que intentaba asegurar, para la narrativa, que ya éramos, al menos los mexicanos, “ciudadanos del mundo”.

¿Qué tiene que ver Volpi con los problemas del poeta actual? Nada y de soslayo, mucho. Esa historia, podrán decirme, ha sido revisada cientos de ocasiones y pertenece al ámbito de la narrativa y tal vez de la mercadotecnia. Sin embargo, las tribulaciones del poeta actual de algún modo no impreciso está ligada a estos acontecimientos de los que el crack es ya sólo un episodio reservado a la academia y la avalancha publicitaria sobre la nueva narrativa hispanoamericana, con sus altos tirajes, las giras globales de autores, los sustanciosos premios y la competencia entre los consorcios editoriales son el pan nuestro de cada día. Los alteros de novelas se suceden en las mesas de novedades como edificios cuyo próximo derrumbe augura el nacimiento de otra, similar y fugaz, pila de libros. “No son aves, sino libros de paso” aseguraba Paz a finales de los ochenta, y aún no existía la explosión de hoy.

Si uno lee Mentiras contagiosas, advierte que Volpi ha seguido a pie juntillas sus propios preceptos sobre la narrativa y lo que llama “cosmopolitismo” (curiosamente retomando algunas ideas de un poeta admirado por Volpi: Jorge Cuesta) y que, efectivamente, sus novelas no intentan exaltar un color local, repudiado por folklórico y sí, en cambio, dar voz a personajes del mundo global, de la historia occidental, etcétera. A su juicio no son más, los latinoamericanos, aquellos personajes que van a París y se deslumbran o que exhiben las miserias y esplendores de su Macondo habitual. Exotismo al revés, ahora los latinoamericanos van a Europa para enseñarles lo que Europa es. Pero, más allá de estos comentarios nacidos seguramente del resentimiento, lo que queda expuesto en el libro de Volpi (y no tendría por qué ser de otra manera), es una ausencia. La literatura es la narrativa. La poesía ha desaparecido.

Volpi marca el fin de la novela latinoamericana (entiéndase, la narrativa del Boom y sus secuelas) con la aparición de Roberto Bolaño, esa marca registrada por Anagrama. Resulta curioso que un poeta, Bolaño, haya provocado esa “epidemia”, en palabras de Volpi. El chileno habla de poetas como habla de tantas cosas, pero si uno revisa la narrativa contemporánea podrá observar que muchos autores (el propio Bolaño, Juan Villoro, Álvaro Enrigue, Enrique Serna, Jorge Edwards, Mario Bellatín, Francisco Goldman o incluso Saramago o Tabucchi, por mencionar sólo algunos) ven en la imagen del poeta un asunto novelable. Así convertido en personaje o idea, imagino el destino de los poetas constreñido a representar una especie casi extinta, algo así como el Tiranosaurio; un elemento exótico, el único personaje que aún siendo grotesco, o quizá porque lo es, se ha convertido en parodia del héroe y puebla el Jurassic Park de los novelistas.

La extinción del poeta sería, entonces, el verdadero problema del poeta actual. No hay Greenpeace para poetas y su defensa puede convertirse sólo en asunto de otra novela. Otra cosa es la poesía, pero suelen confundirse.

Defender a la poesía es como defender a las piedras pulidas por el río o a las piedras mismas de la civilización. Sin embargo, recurrentemente en la historia aparece de nuevo la pregunta ¿cuál es el futuro de la poesía? ¿tiene futuro? Tal pareciera como si, de trecho en trecho, el espacio de la poesía, su lugar de convivencia y alcance, fuera sólo el cubículo. Etiquetada por el mercado como “artículo en desuso”, la poesía desaparece de los anaqueles y se refugia en ediciones marginales, o ediciones de autor, que viene a ser lo mismo. Pasa de mano en mano. Pero, ¿cuándo ha sido diferente? Si pensamos que Mallarmé editó una antología de su obra en 1887 y tiró 40 ejemplares o que Rimbaud pagó la edición de Una temporada en el infierno, no deberíamos asombrarnos. La primera edición de La alegría, de Ungaretti, fue de ochenta ejemplares; la de Las flores del mal, fue de un poco más de mil.

Pero los poetas, al menos los mexicanos, se quejan. No hay espacio para la poesía. Como una forma de sobrevivencia, en México algunos poetas se han refugiado en la academia como un injerto anómalo. Han fatigado las arduas galeras, diría Borges; venden enciclopedias o tacos. Se esconden tras la silla burócrata, diseñan camisetas, llaveritos; hacen largas filas en pos de una beca. Pero, ¿alguna vez fue distinto? Los poetas siempre se quejan. En México, al menos, ya no hay suplementos literarios; la crítica de poesía, la crítica viva, prácticamente ha desaparecido y las —cada vez menos— revistas literarias, incluyen la poesía en sus páginas como se pone un florero en la sala. No ocurre así en otros lados quizá porque, alejada del estipendio oficial, la poesía ha recorrido el camino que ha sido siempre suyo desde el inicio de la modernidad: el margen, no como marginalidad, sino como el resultado de una decidida voluntad minoritaria que ve en el poema no un artículo de consumo, sino una forma viva de duración.

Sin embargo, desde hace más o menos una década, los poetas más jóvenes han emprendido otro derrotero que no es sino el más antiguo, modificado ahora en su versión global. Mientras suceden las ferias, se premian y promocionan a los narradores, se realizan giras cosmopolitas, los poetas relegados de su lugar público regresan a lo privado, aunque en formas quizá contradictorias. Avecindados en Facebook, MySpace, o en los innumerables blogs que pueblan la red, los poetas hacen de lo privado cosa pública. Reanudan pues, aunque aún torpemente, una conversación que antes estaba destinada al salón, al café o a las revistas. Silenciosamente para el mundo del mercado, se realizan festivales, se crean redes en la red, aparecen editoriales independientes. Y sucede algo que, al menos, pone en entredicho aquellas palabras de Volpi en China donde asegura que “Los intercambios literarios entre los países latinoamericanos son limitadísimos”.

Los jóvenes poetas piensan otra cosa. Para hablar del movimiento actual de la poesía latinoamericana habría que trasladarse, y tampoco es algo nuevo, hacia el cono sur del continente para ver sus orígenes. Los nombres de Washington Cucurto (seudónimo de Santiago Vega), Martín Gambarotta, Sergio Raimondi, Cristian De Nápoli, Gabriela Bejerman; los chilenos Alejandra del Río y Germán Carrasco y un alemán, Timo Berger, son varios de los muchos nombres que constituyen esa red poética de la que hablaba atrás y que tiene su centro de irradiación en varios festivales como el “Latinale”, de Alemania; “Poquita fe”, en Chile, “Salida al mar” en Argentina, o en las innumerables antologías virtuales que van agrupando poetas latinoamericanos, entre las que destaca el proyecto Las afinidades electivas, las elecciones afectivas, promovida por el poeta argentino Alejandro Méndez, a través de los blogs. En México, la integración a estas redes se ha venido realizando cada vez con mayor frecuencia y ya son bastantes los poetas que con sus ediciones o trabajo han ingresado a las listas o han asistido a estos festivales. De entre los poetas que en México siguen esta corriente podemos mencionar a Rocío Cerón, Carla Faesler, Hernán Bravo Varela, Julián Herbert, entre varios otros; así como destacan las ediciones El billar de Lucrecia, la agrupación Motín Poeta, el “Slam poético de la colonia Roma” y el “Campeonato nacional de verso libre”, cuya final —me cuenta Sergio Valero— se disputó en un cuadrilátero con narración en vivo.

Hartos de Paz, Octavio —“una gran loza que al fin se nos quitó de encima”, han dicho algunos—; de Juarroz —de quien nadie se acuerda en Argentina, aseguran otros—; de Borges —"¿Cómo le voy a creer a un ciego que lee?", en palabras de Cucurto— o de Gonzalo Rojas; estos poetas, cuya gran mayoría no ha cumplido los treinta y cinco años (fecha oficial para dejar de ser joven en México), confían en la dudosa novedad del Spoken Word, alimentan la idea de realizar lecturas de poesía como los antiguos aedas; hacen videopoemas, intervenciones, performances y creen más que en las mentiras contagiosas, en la contaminación de los lenguajes artísticos a partir de un vínculo con el lenguaje poético. Así como abominan de aquellos padres poéticos, han encumbrado a autores como Roberto Echavarren, Diego Maqueira, Nicanor Parra, y en México a Gerardo Deniz o David Huerta.

No por casualidad los nombres de sus agrupaciones, festivales y títulos (recientemente el Billar de Lucrecia ha publicado la antología Nosotros que nos queremos tanto), aluden a una condición popular donde, se cree, pueden encontrarse las raíces de la asimilación con un público para quien la poesía había dejado de significar algo. Pero ese público, esos posibles lectores, no son otros que los mismos poetas de siempre, ahora como grupo latinoamericano, leyéndose, juzgándose, peleándose y, acaso, conversando.

“Después del boom hay mucho más. En búsqueda de una nueva América Latina y de su poesía joven”, anunciaba la página web de Latinale para su edición 2007. También puede leerse que en el encuentro “entrará en acción una guagua lírica, un bus literario. Esa camioneta interurbana –llamada colectivo, micro, guagua, bondi o camello en Latinoamérica—, se convertirá en el bus de Latinale que servirá como una metáfora movediza y pondrá de manifiesto el nuevo desarrollo transnacional de la comunidad poética (latinoamericana) citada en Europa.” La idea gregaria, comunal, de los poetas latinoamericanos actuales no puede ser más evidente.

Como mi intervención se llama “Tribulaciones del poeta actual” no voy a hablar de la obra de estos poetas. Sus discusiones y propuestas requerirían de un espacio mayor. Señalo sin embargo otra cuestión. Cuando surge la pregunta ¿tiene futuro la poesía?, existe una sospecha implícita. “La poesía está en crisis”. Las actividades y actitudes de estos jóvenes poco dicen, por sí mismas, de la naturaleza de su lenguaje poético. Recientemente, sin embargo, y para el caso concreto de México, Heriberto Yépez ha comentado en relación con el Spoken Word y otras de esas prácticas: “Al spoken word se llega cuando: 1) hay carencia de buena poesía, 2) no se tiene una solución real, 3) se disfraza la crisis haciendo shows populistas.”

Lo cierto es que cada generación tiene su manera de plantarse en el mundo, aunque esta forma sea tan vieja como las piedras de la civilización. Como pertenezco a la última generación que no vio en Paz sólo a una loza, no tengo más remedio que citarlo: “Vivimos una vuelta de los tiempos: no una revolución sino, en el antiguo y más profundo sentido de la palabra, una revuelta. Un regreso al origen que es, asimismo, un volver al principio. No asistimos al fin de la historia, como ha dicho un profesor norteamericano, sino a un recomienzo (…). La poesía no busca la inmortalidad, sino la resurrección”. Habría que recordar, sin embargo, que “la poesía es el antídoto de la técnica y el mercado. A eso se reduce lo que podría ser, en nuestro tiempo y en el que llega, la función de la poesía. ¿Nada más? Nada menos”.

No quisiera terminar sin comentar algo. Mientras me preocupaba por la manera de concluir esta charla, entré en mi página de Facebook. Me había negado a ingresar a ese circuito donde uno escribe en “muros virtuales” —grafiti cibernético que aún me produce la sensación de estar hablando con la pared—, pero un impulso de renovación un tanto cuanto patético me llevó a aceptar la invitación de rigor. En mi “acción de estado” escribí, como vi que se hacía, lo que en ese momento me estaba aconteciendo. Mi mensaje era el siguiente: “Malva intenta escribir una ‘ponencia’ sobre las tribulaciones del poeta actual”. Pocos minutos después el poeta Aurelio Asiain —un viejo amigo que ahora ejerce como profesor en alguna universidad nipona—, escribió en mi muro: “La primera de las cuales es tener que escribir ‘ponencias’ y usar la palabrita.”

Al parecer, la tribulación sólo es mía.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las palabras pesan más que el mundo

Alguna vez Rocío Cerón me comentó, palabras más palabras menos, que los "poetas de mantel" estaban liquidados. Se refería a los poetas acostumbrados a leer a la manera tradicional, frente a un público -cada vez más exiguo- que asistía al acto como a la representación de una liturgia empolvada. (Todo esto, aclaro, son mis palabras. Es decir, el recuerdo que sus palabras me produjeron). Lo que sí es real y verificable es el trabajo de Rocío, no sólo como promotora de poesía o editora del Billar de Lucrecia ("proyecto para y por la poesía escrita en Latinoamérica por autores nacidos a finales de los sesenta y la década de los setenta", avisa la presentación de su blog). Su trabajo más interesante es, sin duda, la conformación de su propio lenguaje poético.

Como yo nací a inicios de los sesenta, no tengo más remedio que hablar como "poeta de mantel" sobre Imperio, el último libro de Cerón, en el cual leemos: “Un hombre en fuga se aferra a cualquier cosa”. Ese hombre, esa fuga, ese verso, devienen columna vertebral de un poema que nos habla de una patria lejana, construida por los ojos, como quiere su autora, pero también por la voz.

Varias preguntas surgen de inmediato: ¿Quién es ese hombre? ¿a qué cosa se aferra en su huída?, ¿cuál es el imperio? Y, finalmente, ¿por qué ver la poesía como una interrogación? Ya lo dice el epígrafe de Virgilio que anticipa la lectura de este poema largo: Somos arrastrados por los presagios
y los presagios, como los oráculos, deben ser descifrados. No otra es la tarea del poeta y su herramienta, la palabra poética, es toda ella, un código cifrado que hunde sus raíces en el espacio movedizo del oráculo, en su capacidad analógica para saber que esto, es también aquello; que la tercera persona es también la primera.

A ese código sin embargo, podemos acceder mediante la revelación que ese mismo entramado del lenguaje produce, siempre y cuando entre el que escribe y el que lee se establezca un hilo sensorial, sonoro, pero también una enramada de sentidos cuya trama no es otra que la historia. La historia de las palabras, la historia cotidiana, pero también la Historia, con mayúsculas. Esa que nos recuerda siempre que somos fundadores y testigos de la guerra, pero también que engrosamos los números de su daño colateral.

Este nuevo, viejo imperio que cada día se construye, se nos hace visible a través de cinco estancias de una misma patria desolada, pues aunque geográfica y culturalmente no sea la misma, es una sola la estancia emocional del dolor y la batalla, sinónimos tal vez para una misma pérdida.

Un Imperio, lo sabemos, no se construye sin ellos. Sin embargo, Rocío nos va proporcionando datos precisos, distribuidos en las cinco partes que conforman su reino de palabras, y que el atinado y hermoso texto que le ofrece el poeta chileno Raúl Zurita, nos ayuda a dilucidar mediante el establecimiento de sus coordenadas.

Pero, importa en realidad saber dónde ocurrieron las cosas, en qué arena se derramó la sangre, quién fue el testigo de aquel destazadero. Importa acaso dónde murió un hermano, cómo era el padre ausente, cuál el color de los ojos de una madre o quién quería un cuerpo, “un gesto un espacio de asueto no un arma balanceando sobre el pecho su filo para cambiar la historia”. ¿Vale saber si es Palestina, Israel, Corea, o acaso el luminoso jardín de nuestra infancia?: “
Un cuerpo son cien cuerpos / cien cuerpos son un cuerpo”, nos dice Rocío Cerón y nos hace comprender que no importa quién, cómo, cuándo o dónde. Todos somos uno y la respuesta es uno mismo. Lo que importa es el cuerpo, el cuerpo es la patria que naufraga y lo único a lo que puede aferrarse el hombre, su única tabla de salvación, es el lenguaje universal de la poesía.

Expresión histórica de razas, naciones, clases. [La poesía, ha dicho Paz] niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito”.

Pero es necesario resistir. “Insistir en el pasado” dice la autora y establece así una distancia entre el “hoy sin mérito” y “la memoria que clarifica”; entre la tangible figura de una madre que “entraba a la cocina, en busca siempre del comino,” toda ella “pecho, amor y leche tierna”, y la “líquida modernidad donde todo se figura y nada toma forma”.

Pero, ¿de veras es modernidad el ahora?. En verdad sólo ahora ¿“los hombres construían Templos, adoratorios para el tintineo metálico”? La poesía suspende el tiempo y en ese mismo instante se abre a la ventana de lo intemporal, es decir, de algún modo también, de lo permanente. La búsqueda del lenguaje poético es entonces la opción de resistencia, la oportunidad de vencer a la historia. Por eso, lo dice muy bien Rocío: “De levante iremos hacia otra casa –canto– donde seremos guarida de palabras de un campo fértil, de una piedra que funda al consuelo”.


No es otra la facultad del poeta pues sabe que su palabra no sirve para construir naciones, no firma acuerdos de paz y ni siquiera levanta los ladrillos de alguna fortaleza. No sirve, tampoco, para eludir los presagios, convertidos en sangre. Sirve para ensanchar el horizonte, para que este "mundo de derruidas lozas, de fosas atestadas de sangres", sea aquel: el que nace en la mirada y se vuelve palabras porque aún ahora, nos recuerda Rocío, "las palabras pesan más que el mundo".

jueves, 4 de septiembre de 2008

El diálogo, el ruido, 25 años después

Hace casi 25 años, el 7 de octubre de 1984, Octavio Paz recibió el Premio de la Paz que cada año otorga la Asociación de Editores y Libreros Alemanes. En su discurso de recepción, publicado en Vuelta con el nombre de El diálogo y el ruido, Paz abordó la situación de Nicaragua y del gobierno sandinista, lo que provocó una airada respuesta por parte de la izquierda mexicana, que culminó con la quema en efigie del poeta frente a la embajada de los Estados Unidos. En aquel 1984, Paz decía:
Aunque en nuestros días la legitimidad de los gobiernos se funda en el sufragio libre, universal y secreto, deben satisfacerse otras condiciones para que un régimen merezca ser llamado democrático: vigencia de las libertades y derechos individuales y colectivos, pluralismo y, en fin, respeto a las personas y a las minorías. Esto último es vital en un país como Nicaragua, que ha padecido prolongados períodos de despotismo y en cuyo interior conviven distintas minorías raciales, religiosas, culturales y lingüísticas.
Después de los sucesos provocados por las palabras del poeta, y como presentación al discurso de Paz en Frankfurt publicado en Vuelta, Gabriel Zaid comentaba:
En México, por el contrario [de Frankfurt], con asombrosa rapidez, a los 3 días ya estaban listas 228 firmas de “profesores de todas las ramas científicas y culturales” de 13 instituciones de 5 países, contra un pasaje del discurso. A través de artículos, encuestas, caricaturas y declaraciones que llegaron hasta la Cámara de Diputados, avanzó un linchamiento que culminó 2 días después ante la embajada norteamericana con la quema en efigie de Octavio Paz. No se echaron sus libros a la hoguera, pero se recitó un exorcismo coreado que decía: Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz. Todo fue tan rápido, tan desmedido, tan eficiente, tan bochornoso, que no se entendió sino en la vieja tradición de los colgados para dar ejemplo. Pero el ejemplo resultó contraproducente. Si así se trata en México a un mexicano que, de paso y de lejos, critica el régimen sandinista, hay que imaginarse cómo se tratará en Nicaragua al que se atreva a abrir la boca.
Ahora, el poeta Ernesto Cardenal, nicaragüense, se atrevió a abrir la boca contra Daniel Ortega; el mismo Daniel Ortega que a fines de 1983 tomó el control de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, como líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, y que se mantuvo en el poder hasta 1990. El mismo Daniel Ortega que en 1998 fue denunciado por su hijastra América Narváez Murillo, por abuso sexual y que hoy, nuevamente, se encuentra al frente del gobierno en Nicaragua. Cardenal, por su parte, fue ministro de Cultura del régimen sandinista entre 1979 y 1990. En 1994 renunció al Frente Sandinista por discrepancias políticas con el propio Ortega. Ahora se han cancelado sus cuentas bancarias y es víctima de una persecución política producto de sus declaraciones contra el presidente de su país, realizadas recientemente en Paraguay. No podemos menos que unirnos a la exigencia del cese de esta persecución orquestada contra el autor del Canto cósmico, publicando el desplegado que circula en los correos electrónicos:
A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL:
  • Denunciamos el reciente ataque del gobierno de Daniel Ortega contra el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal.
  • El Padre Cardenal había sido acusado en 2005 por injurias a raíz de una carta que publicó en defensa propia, y recibió una sentencia absolviéndolo de estos cargos y declarándolo inocente, tan absurda era la acusación.
  • Ahora, un juez obediente a Ortega ha revocado esa sentencia declarándolo culpable. Esta acción es totalmente ilegal. La legislación nicaragüense considera que una sentencia sólo puede ser apelada en los seis meses siguientes, de lo contrario se considera cosa juzgada, y no puede cambiarse. Pero el sistema judicial responde a la voluntad política de Daniel Ortega.
  • Todo aparece como una clara represalia por la permanente actitud crítica del padre Cardenal contra los abusos del gobierno de Ortega. Casualmente, esta sentencia fue dictada a su regreso de la toma de posesión del Presidente Lugo en Paraguay, a la que fue invitado de honor y a la que Daniel Ortega se vio impedido de asistir por el rechazo de las organizaciones feministas a su presencia, dada la acusación de abuso sexual que le hiciera su hijastra, Zoilamérica Narváez. En Paraguay, como en otros lugares, Cardenal dijo lo que piensa de Ortega.
  • La integridad de Ernesto Cardenal y sus credenciales como persona que ha dedicado su vida a la causa de la justicia, confieren enorme autoridad a sus críticas, tanto dentro como fuera de Nicaragua. Esto resulta intolerable para Daniel Ortega y es la razón por la cual Ernesto Cardenal ha sido condenado en un fallo judicial injusto y vengativo, y por tanto escandaloso.
  • Ernesto Cardenal es la más reciente víctima del acoso sistemático orquestado en contra de todos aquellos que han levantado sus voces para denunciar la falta de transparencia, el estilo autoritario y el comportamiento inescrupuloso y la falta de ética de Daniel Ortega en su retorno al poder.
  • Llamamos a los escritores y amigos de Nicaragua en el mundo a denunciar esta persecución política, a demandar el cese de estas acusaciones ilegales e infundadas y a expresar su solidaridad con Ernesto Cardenal y con el derecho del pueblo nicaragüense a vivir libre de miedo y represión.
Efectivamente, el pueblo nicaragüense tiene derecho “a vivir libre de miedo y represión”, gobernado bajo un régimen que admita las mínimas condiciones de la democracia que en 1984 solicitaba Paz para Nicaragua: “vigencia de las libertades y derechos individuales y colectivos, pluralismo y, en fin, respeto a las personas y a las minorías”. Ojalá que quienes entonces aplaudieron el linchamiento en efigie del poeta mexicano y ahora firman los justos desplegados en defensa del poeta Cardenal, lo recuerden.

lunes, 1 de septiembre de 2008

No hay edén, hay exilio

Hay, en el Libro de las transformaciones que el poeta peruano Isaac Goldemberg publicó recientemente, un poemario breve y conciso que alude a las interrogantes en torno a la poesía pero, sobre todo, a las preguntas que el ser expresa en relación con la idea de Dios. Sin embargo, el propósito de Goldemberg no es buscar lo sagrado para —unido a él, en su contemplación o en su gracia—, alcanzar momentos de iluminación instantáneos que consigan hacer cierta aquella idea expresada por Baudelaire cuando nos habla de la necesidad del poeta de adueñarse inmediatamente, sobre esta misma tierra, de un “paraíso revelado”.

No hay edén. Hay exilio. Un destierro que alcanza la galaxia toda pero que alude a un escenario que es el mismo de siempre: “De repente, la situación interplanetaria / pasa a ser la del humano, / la clásica situación existencial: infi erno y paraíso pasan / a ocupar el mismo espacio.” Un exilio en el que “hombres y mujeres carecían de la voluntad de soñar/ y gemían en el espacio privado.” Una expulsión que implica la vida en un sitio –en la aldea global y más allá– donde vestido de banalidad, de poder, de hambre, el terror campea. Y Dios, ¿dónde está Dios? En todos lados y en ninguno.

Este “Arte po/ética con Dios en el medio” como se titula uno de los poemas incluidos y que bien podría nombrar a la reunión de estos textos, es la verificación de aquel que ha luchado con Dios, o por lo menos con su idea. El cuestionamiento de la existencia de Dios parece la constante, sin embargo ¿no es su sola enunciación, la prueba de su existencia? “Porque Dios es la idea / de todos nosotros, / recemos juntos, /cada quien con su cada Dios” dice un Goldemberg deseoso de olvidar las diferencias religiosas. Su petición nos recuerda que el rezo es, ante todo, verbo, solicitud en acción de palabras, poema a fin de cuentas. Pero así como Dios, la poesía supone asimismo tela de dónde cortar y como Él, ha sufrido también “la mayor devastación”. El motivo de esta catástrofe es similar a la del Creador y la palabra poesía y la de Dios resultan intercambiables:

La poesía era la poesía
y el humano era el humano
y ocurrió que ya casi nunca se encontraban
la una con el otro.

Sin embargo, en el libro de Goldemberg a la palabra se le confiere un poder mayor pues “todo Dios y todo humano cohabitan / en el mismo tiempo y en el mismo espacio, / donde todo es manejado por el todo poético. /Dioses, humanos, gatos, líquenes, algarrobos / son acumulaciones de genes poéticos. /Y todo parto poético es el big bang / entre todo espacio y todo Dios. / Entre toda nada y Su más íntima condición.”

A pesar de sólo haber servido a sus propios propósitos, de haber perdido su contacto con los hombres, —esos hombres desconcertados “sin saber qué hacer porque todo el mundo conocido / había sido destruido por el fi n de la historia” — la sola enunciación de la palabra poética es también el triunfo de la poesía sobre el tiempo histórico y así, en su fundamento, la lengua, se convierte en uno de los dos caminos de regreso a la tierra natal, al edén... Leer más

Isaac Goldemberg, Libro de las transformaciones. Prólogo de Eduardo Espina y Róger Santibáñez. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007.


jueves, 28 de agosto de 2008

Lluvia de letras, diario de lecturas

La legitimidad es la cachiporra que cae sobre las cabezas cada que alguien se “equivoca” acerca de quiénes piensan y quiénes escriben.

Adolfo Castañón

Estas palabras fueron escritas por el autor de Lluvia de letras en un artículo llamado “Los instrumentos de la legitimidad: la crítica en México”, 10 o 15 años antes de que terminara el siglo pasado y que junto con otros textos, reunidos en 1993, conforman ese libro admirable que se llama Arbitrario de literatura mexicana.

Ese volumen fue el inicio de la obra general de Adolfo Castañón titulada “Paseos”, y hoy nos enfrentamos a otra excursión, aunque ahora su recorrido, siendo esencialmente el mismo, ha cambiado de horizonte. “Lluvia de letras sobre el paisaje del desamparo” reza el epígrafe de Octavio Paz colocado al inicio de la obra, dándole título no sólo a este volumen sino a la sección periodística que le dio origen y que apareció durante algunos años, primero en el diario Reforma y posteriormente en Uno más uno.

En su “Umbral”, el autor inicia con una serie de preguntas, de las cuales me interesa rescatar una: ¿Qué es una antología? nos pregunta Adolfo y agrega: “Esta reunión de poemas aparentemente aleatoria ha querido dejar constancia de un gusto y de una curiosidad hacia la poesía”.

Efectivamente una antología es —definiciones más, definiciones menos—, una colección formada con trozos literarios seleccionados, de un autor o de varios. Pero esta antología —que incluye autores tan lejanos entre sí como Bernard Mandeville, María Sabina o Alejandro Tarrab— quiere ser también, y así lo señala el subtítulo, una “Lección antológica”. Aunque Adolfo asegura que Lluvia de letras no es un libro escolar, acota enseguida que “no rehuye dar alguna lección”.

No está de más, ahora que la discusión sobre los títulos y subtítulos de las obras de crítica literaria se ha puesto de moda, revisar el que hoy nos ocupa. El primer significado de “lección” es “lectura”. Su segunda acepción implica la “explicación de una materia para enseñarla a otros”. Si leemos el subtítulo como “Lectura antológica” las palabras evitan cualquier suspicacia. “Dar una lección” implica, más allá del diccionario, otro matiz.

Lluvia de letras
es un libro extraño. Mi primera impresión fue de absoluta perplejidad y asombro. La selección, que incluye a más de 125 autores “de poesía iberoamericana y de otros lugares”, (entre los cuales se encuentra incluido, por ejemplo Juan José Arreola), tiene varias peculiaridades tales como: el reconocimiento a la traducción de poesía; el conocimiento y difusión de críticas realizadas por otros autores a los textos comentados; la inclusión de poetas más jóvenes que el autor (lo que constituye una rara generosidad en el medio), entre otras.

Sin embargo, existe otra particularidad que hace del volumen un libro realmente interesante: amén de la selección y algún breve texto crítico de Castañón sobre el poeta elegido, cada muestra está precedida por un epígrafe de otros autores o incluso del mismo que se comenta.

Comúnmente, un epígrafe sirve para sugerirnos algo sobre el contenido del texto que lo sigue, pero también, dice María Moliner, es una sentencia que nos llama la atención sobre lo que “ha inspirado” al texto mismo. Aquí ocurre algo similar pero también con matices. El epígrafe sirve para anotar, independientemente de los poemas elegidos, lo que el poeta, el libro, el poema, le inspiraron a Castañón. En estos epígrafes encontramos entonces, más allá de los textos críticos que Adolfo añade, la verdadera crítica que el autor de la Lluvia de letras realiza sobre el trabajo de los poetas que incluye, sobre su figura personal o pública e incluso sobre el tipo de edición que comenta (y me refiero específicamente a las características comerciales y físicas de los volúmenes).

Diario de lecturas, en los epígrafes encontramos la lección: son crítica concentrada. Sentencian, elogian y en algunos casos actúan como palmeta: “dan una lección”. Pero, sobre todo, son producto de la curiosidad de un autor que infatigablemente revisa cuanto cae en sus manos y arbitrariamente —pues no hay otra forma legítima de hacerlo— elige, comenta.

Existen, no obstante, dos autores cuyos textos no están acompañados del famoso epígrafe. Uno es Andrés Henestrosa (aunque lo antecede una nota curiosa sobre la interpretación que su hija realizó de sus canciones con motivo del aniversario del poeta). El otro es Gabriel Zaid. En este caso, aventurar cualquier interpretación me parece ocioso. (Desde la certeza de que un autor como Zaid no requiere de más explicaciones hasta una previsible errata, todo puede ser posible). El epígrafe seleccionado para Octavio Paz es de Paz mismo y tanto esas líneas como la elección del poema (que para algunos podría resultar extrañísima) o el texto que Adolfo le consigna, son una buena muestra de lo que esta Lluvia de letras es: una compilación donde el lector puede seguir el itinerario de lecturas personal, incluso íntimo, de un escritor que, sin olvidar sus afinidades y afectos, no ha rehuido el rigor crítico.

Aunque toda antología aspira secreta o abiertamente a configurar el canon, esta Lluvia de letras es sin embargo un ejercicio excéntrico, en todas sus connotaciones. La cantidad de gotas que caen en una hora de lluvia —para contestar a la primera pregunta que realiza Castañón en su “Umbral” —, es prerrogativa de quien hace llover. Por eso, me parece, no es pertinente abundar sobre la selección de autores ni de textos. El responsable del aguacero es Adolfo y habrá quien se cubra, quien disfrute de la lluvia o quien no la vea. Existirá también quien levante la cachiporra de la legitimidad o una estadística de ausencias y aún así seguirá lloviendo en éste, nuestro paisaje del desamparo.