lunes, 7 de noviembre de 2011

Tomás Segovia, el "familar del mundo"

Hace un año Tomás Segovia (1927-2011) vino a Xalapa y tuve la fortuna de presentarlo aunque, en realidad, no era necesario. Reproduzco, a modo de homenaje, las palabras de aquel día.

Tomás Segovia es “el familiar del mundo”. Me parece que esta frase con la que Guillermo Sucre definió a Segovia en la ya lejana década de los ochenta aún sigue vigente. Pocos, realmente muy pocos son los poetas que, como él, vivieron de cerca y fueron protagonistas de una de las etapas más intensas y fructíferas de la poesía mexicana, esa que en la segunda mitad del siglo XX nos legó un cúmulo de nombres y obras hoy imprescindibles. En su lugar, parece obvio que cualquiera se dedicaría a cultivar un jardín complaciente, pero no él: Tomás Segovia ha tenido siempre una conciencia obstinada del tiempo y las circunstancias que le han tocado vivir. Por eso, no es nada más el autor de Anagnórisis o Casa del nómada: se le conoce no sólo como un crítico y polemista literario (los tomos de sus Ensayos junto con Poética y profética lo atestiguan) sino también como un intelectual con un profundo sentido ético.

Como cualquiera puede comprobar, Tomás Segovia insiste en su diálogo vivo y a veces conflictivo con la realidad: un vínculo tan puesto al día que no duda en recurrir a la red con esa naturalidad de la que sólo él es capaz. Así, su sitio en Internet se llama simplemente: El blog de Tomás. En las últimas entradas pueden leerse, por ejemplo, un comentario sobre los historiadores y la democracia en nuestro país tanto como un adelanto de sus “cuadernos de notas” (no Diario, aclara), en donde el poeta ha ido registrando el cauce de su pensamiento contrastado siempre con el ruido de afuera, reflexionando sobre las formas de la poesía más reciente o sobre el lugar de la poesía en el mundo actual: una constante en muchos de sus ensayos: “La poesía, dice Segovia, está fuera de lugar porque da fe de que el origen está perdido y es nostalgia del origen, pero en la globalización el origen no está perdido, sino borrado, oprimido y culpabilizado. La globalización no es ni lugar, ni nostalgia del lugar, ni mirada exterior que da sentido al lugar.” Lo cierto es que la poesía de Segovia, ávida de realidad, de música y de cuerpo, consigue hacernos visible el lugar verdadero, es decir, nos esclarece el mundo, le da sentido.

No es raro que un poeta que ha hecho de la errancia una metáfora de su condición –y aún de su elección– nos hable de nostalgia del origen... Pero decir exilio, para él, no es sólo hablar de una historia personal sino también de un destino que asume la vocación del nómada, buscando refundar el mundo donde haya lugar.

Tomás Segovia nació en Valencia en 1927 y al comienzo de la Guerra Civil emigró a Francia, desde donde viajó a Marruecos y después a México, lugar de adopción en el que vivió la mayor parte de su vida, hasta que volvió a España. En nuestro país y junto con Carlos Fuentes, dirigió la Revista Mexicana de Literatura. Más tarde, fue secretario de redacción de Plural, dirigida entonces por Octavio Paz. Asimismo, fue fundador y miembro de la revista Vuelta. En México se formó y escribió gran parte de su obra, la que se despliega en terrenos tan variados como el guión cinematográfico y la investigación lingüística; la narrativa, la traducción y la edición, para desembocar en lo que define como su pasión irrenunciable: la poesía. En 1998 el Fondo de Cultura Económica reunió sus libros de poemas bajo el título general de Poesía, 1943-1997, summa que es ya un clásico de nuestras letras y al que le han seguido otros títulos al paso de los años. De una u otra forma, en estos libros habla la voz del “familiar del mundo” (el errante por biografía y por vocación), pero también habla la voz de una memoria, la huella de un origen quizá más mítico que individual o anecdótico.

Para mi generación, como para tantas otras, la figura de Tomás Segovia es una presencia tutelar, es una casa en su más amplia acepción. Lo hemos leído, lo hemos discutido y no pocos lo hemos plagiado. El azar ahora me procura la fortuna de ofrecerle disculpas. Sólo después de tener en mis manos un libro que escribí bajo el que yo pensaba prístino título de Casa nómada, pude darme cuenta de una devoción que se cumple más allá de los nombres, pero también leí mi descarado plagio.

Hace cincuenta años Tomás Segovia publicó en la Universidad Veracruzana El sol y su eco. Esta casa editorial hoy lo recibe con el enorme gusto de quien mira volver a uno de sus hijos. “La travesía vuelve siempre a Ítaca”, ha escrito Segovia. “Todo es Ítaca, todo es el presente/ detrás de la memoria”. Con la lectura de estos versos quiero concluir para decirte las palabras que en tantos sitios y tiempos has oído: Tomás, bienvenido a tu casa.

domingo, 22 de mayo de 2011

Lucrecia y el fin del mundo

Según todos los vaticinios, ustedes que me escuchan y yo que leo, estamos muertos y somos sólo una especie de fantasmas. Probablemente, aunque nada lo prueba, aún sigamos vivos, pero los pronósticos dicen que en algún momento del día, este 21 de mayo de 2011 caeremos abatidos por la fuerza de un gran terremoto con el que dará inicio el fin del mundo; porque incluso para el mundo real, el Apocalipsis tiene una secuencia cinematográfica cuyo fin será en octubre: cinco meses de hueso y pesadilla.

Por qué entonces estamos aquí leyendo a Shakespeare. O, si no se acaba el mundo en las próximas horas, para qué vamos a leer el polvo viejo de un hombre que nos es tan ajeno. Qué puede decirnos esta historia, la de Lucrecia, que no miremos en forma cotidiana y a colores en la tele: una mujer violada, la historia del poder y de su abuso, sólo una muerta más y su estela doliente. ¿Para qué la leemos si volteando los ojos la violencia está aquí, junto a nosotros, como una mancha que carcome los muebles, que ningún cloro mata y que viene acompañando la historia de nuestra triste barbarie desde aquel lejano paraíso del que fuimos expulsados hace ya tanto y seguramente con justicia? Peor aún, ¿por qué vamos a leer la historia de Lucrecia, la fuerza de su indignación y su lamento, en esa forma rara, también ajena, que se llama poesía? ¿Para qué detendremos los ojos en esa forma, creada por el hombre o por dios o por los varios azares del DNA, según prefieran, que nos hizo cantar, en forma de poema, si podemos leer el periódico, ver la televisión o leer, en las ya incontables novelas sobre el narco, por ejemplo, la crónica mortuoria de nuestras atrocidades?


Dice Harold Bloom —ese espantoso reaccionario, dirán algunos miembros de lo que él mismo llamó “la escuela del resentimiento”— que William Shakespeare es el centro del canon occidental, que Shakespeare representa la invención de lo humano y que seguimos volviendo a él porque lo necesitamos; “nadie más —dice Bloom— nos da tanto del mundo que la mayoría de nosotros consideramos real”. El poema narrativo Lucrecia, o La violación de Lucrecia, fue publicado en 1594 y su argumento nace de una figura que ha inspirado a lo largo del tiempo un sinnúmero de interpretaciones sobre el significado de los actos que llevaron a Lucrecia, esposa de Colatino, al suicidio. De acuerdo con Tito Livio, los romanos sufrían bajo la tiranía política de Tarquino cuando su hijo, del mismo nombre, violó a Lucrecia quien llevó su vergüenza hasta el suicidio pero antes de hacerlo solicitó venganza. Para cumplir su deseo, Bruto levantó en armas al pueblo dando origen a una revolución política que marcaría el fin de la monarquía y el comienzo de la república. Lucrecia significa entonces no sólo la imagen de la castidad como la de la libertad y la fuerza moral frente al poder violatorio del Estado.


Escrito en estrofas de siete versos decasílabos con un esquema de rima ababbcc el poema narrativo de Shakespeare inicia con la cabalgata de Tarquino cuando va en busca de Lucrecia y termina con el juramento de Bruto de vengar la muerte de Lucrecia, cuyo cuerpo es transportado a Roma donde el pueblo, a la vista del oprobioso crimen, resuelve condenar a Tarquino a destierro perpetuo.

La venganza de Bruto no es entonces la muerte de Tarquino. Su carácter se revela, como en gran parte de la obra de Shakespeare como esa voz de una conciencia que inesperadamente trasciende el horror de las pasiones. Dice la obra:

Bruto, que antes extrajo
el nefasto puñal del seno de Lucrecia,

ante esta competencia de lamentos,

comienza a revestir su inteligencia

de dignidad y honor,

y en la profunda herida de Lucrecia

sepulta ya su aparente locura.

Porque entre los romanos

era como un bufón en medio de la corte.


“¿Es el dolor remedio del dolor?”, pregunta Bruto a Colatino, el afligido esposo, pocos versos antes del final. “¿Las heridas alivian las heridas? / ¿El pesar pone término al pesar?” El poema concluye la historia con la expulsión de Tarquino, que es una muerte más cruel aún que su desaparición física.

Quizá alguno de ustedes habrá tenido la curiosidad de contar los versos de la estrofa que leí y con asombro dirá: no son siete los versos que ha leído, no encontré alguna rima y no son decasílabos. ¿Qué hizo el traductor con Shakespeare?

El traductor de Lucrecia, publicado hoy por la Universidad Veracruzana, es un poeta que no requiere presentación. José Luis Rivas, ha empeñado en esta obra la fuerza considerable de una voz que trae hasta nosotros los siglos que separan a Lucrecia del primer día que vio la luz hasta hoy, con un lenguaje vivo. Rivas explica así su propósito: “Aquí hemos sacrificado algunos aspectos constitutivos de la Lucrecia shakespereana. La rima real del poema ha sido sustituida por estrofas nada regulares de seis, siete, ocho y has nueve líneas, con la pérdida consiguiente del decasílabo y la rima originarios".

¿Por qué Rivas hizo eso? Una reseña de la puesta en escena en España de esta Lucrecia, interpretada por la primera actriz Nuria Espert, lo dice mejor que yo: “La espléndida traducción de José Luis Rivas llega transparente, sin gota de retórica, sin voces extrañas: a caballo de una dicción cristalina, el poema parece iluminarse por esos relámpagos que Coleridge percibió al escuchar a Kean”.

Los relámpagos de la poesía, esa claridad eléctrica que nos desnuda de súbito, siempre son el presente. La poesía siempre es hoy, y eso es lo que consigue la notable traducción de José Luis Rivas en esta versión que es, como toda traducción verdadera, una restauración de lo que somos y hemos sido para enseñarnos, hoy, la miseria del hombre, pero también el prodigio de lo que hemos hecho posible gracias a la palabra. Las palabras de Shakespeare, las palabras de Rivas, se vuelven este día una misma asunción de lo mejor que hemos hecho para enfrentar el espanto del mundo.


Contra todo pronóstico, y a menos que en un segundo más caiga sobre nosotros la fe en el cataclismo, la poesía sigue viva porque va, junto a nosotros, con nosotros, mientras aún respiremos. En el prodigio de su forma podemos aún reconocernos. Por eso leemos a Shakespeare, por eso leemos a Rivas. Yo, que a lo mejor vengo hoy en forma de fantasma, podría decirles que lo único que se opone a la muerte es la belleza porque de toda la miseria del hombre es lo que acaso nos haga perdurables.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Malva Flores: de la introspección del poema al enojo

por Alejandro Toledo Oliver
fragmento publicado en Milenio y su versión íntegra en Riverrun

Para Malva Flores (Ciudad de México, 1961), la poesía es un libro móvil de respuestas íntimas. “Tú las encuentras cuando las escribes y si se publican en forma de libro puedes tal vez compartirlas. Es, para el que escribe, una explicación del mundo como experiencia de algo invisible: la tensión entre tu necesidad y tu deseo.”

En Luz de la materia (Era/Conaculta, 2010), construye un poemario de nostalgia y melancolía, doble viaje (de ida y vuelta) a la semilla; se lee ahí: “Nada regresa, nunca, igual a cuando fuimos”, aunque se da espacio luego a la esperanza del presente a través de la intuición poética: “Sólo nos queda el aire / este temblor de hojas”.
—¿Cuál es la historia de este libro?

—La mayor parte lo escribí cuando vivía en México, en un momento que entonces percibí como muy difícil en mi vida. Tenía necesidad de recordar el sitio de mi infancia como un asidero de paraíso y así, reconstruirlo desde la memoria. Eso ocurre en “Dominio”, la primera parte, y en “Mudanza del árbol”, la última. Pero quería también burlarme de mí misma, de la que era en ese momento y de la que yo hubiera querido ser entonces: eso es “Malparaíso”, la segunda sección del libro. Me tardé tantos años en publicarlo tal vez porque necesitaba poner una distancia entre el presente y lo que había escrito años atrás.

—¿Tu obra ensayística o tus investigaciones literarias tienen eco en los poemas?
—Ya había escrito la mayor parte de ese libro cuando un día desperté y me di cuenta de que ya no estaba triste, ya no me cuestionaba a mí, es decir, ya no escribía poemas: estaba enojada. El arribo de la tan deseada transición democrática a manos de un partido que no tenía interés real en la cultura mostró muy pronto lo vano de los afanes que habían dividido el mundo cultural pocos años atrás: parcela ya de nadie cuando Vicente Fox anunció el arribo de los head hunters y la cultura no quedó en manos de los grupos culturales que se disputaban el poder sino en la de “administradores” o gente del espectáculo de dudosos méritos culturales. Entonces, te digo, ya había pasado de la introspección del poema al enojo. No con el gobierno, que es lo más sencillo, sino con quienes habían dejado de criticarlo.

En esa época, dice Malva, no entendía ella por qué los poetas habían olvidado expresarse críticamente sobre los asuntos públicos. En su percepción, los mayores enmudecieron y la generación de poetas que debía relevarlos también guardó silencio, en su mayoría, o creyeron ver, acríticamente, un rayito de esperanza. Escribió entonces El ocaso de los poetas intelectuales, con el que obtuvo en 2006 el premio de ensayo José Revueltas. Sigue:

“Después vi que, en la debacle, no me había dado cabal cuenta de otra pérdida. Cada mes yo leía, discutía, me enojaba, me divertía y aprendía, leyendo una revista: Vuelta. Por muchas razones más, Vuelta se convirtió para mí en un personaje: odioso, amable, inteligente, contradictorio o entrañable, como son las personas. A su muerte, no la de Paz, a quien no conocí, sino al cierre de la revista, se perdió un interlocutor valioso, aunque fuera para discutir, o tal vez por eso mismo. Vuelta era también, de algún modo, una casa. En ‘Mudanza del árbol’, la última sección de Luz de la materia, yo quería volver al lugar de mi niñez porque uno cree que allí, en la infancia, fue feliz. Regresé entonces también a Vuelta, pero en ambos destinos ya no había casa. Aún así quise ver de nuevo el sitio, metafóricamente hablando, para saber qué había pasado. Afortunadamente, como todo personaje que se respete, Vuelta dejó un diario: las páginas de la revista...

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miércoles, 12 de enero de 2011

Los poetas dejaron de ser la voz incómoda

Miércoles 12 de enero de 2011 Abida Ventura | El Universal

(EL UNIVERSAL / México, D.F.) “No somos de razón / para atisbar la luz de la materia. Somos de voz / y por ello creemos que tan sólo nombrando / se da vida a las cosas: el ser que no nació, / la rosa que no pudo”, dice uno de los poemas que conforman el más reciente libro de la poeta Malva Flores, Luz de la materia.

Editado por Era, el libro propone “re-mirar lo que nos rodea para, tal vez, ser capaces de comprender lo que no tiene nombre, pero existe”, explica la escritora en entrevista.

La escritura del libro se desarrolla, según Malva Flores, entre lo que se ve y lo que existe -aunque ya no lo reconozcamos- y lo que creemos conocer porque le dimos nombre.

Divido en tres secciones, el poemario plasma un paisaje de recuerdos y sensaciones. La primera parte, “Dominio”, está integrada por 21 poemas que refieren a “la necesidad de abrir los ojos nuevamente para ver ‘la sombra de la flor’, es decir, todo aquello que está y estuvo aquí y es anterior a nosotros, pero lo hemos olvidado”, dice la autora.

“Malparaiso” es “un dialogo entre varias voces poéticas que no son más que una sola, la de una ‘bailaora’ coja, preguntándose sobre su circunstancia”.

En Luz de la materia se incluye también el poema “Mudanza del árbol”, el cual ya había circulado en una edición bilingüe en 2006 en Estados Unidos bajo el sello Literal Publishing.

En este largo poema la voz poética, según la narradora, se asimila a la forma de un árbol nómada. “En algún lado del poema escribí: ‘Uno se vuelve siempre / el árbol que lo habita’ y en el transcurso de las siete partes que lo componen intento ver la mudanza, interna y externa, de un yo poético que vuelve al lugar de su niñez y se atreve a mirarlo (y a mirarse), pero con otros ojos”, cuenta.

Horizonte de la poesía mexicana

Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2000, la poeta y ensayista confiesa que lo que le inspira hacer poesía es la melodía que se puede crea a partir de las palabras: “Si a una melodía se le puede llamar ‘inspiración’ (término que me da más bien desconfianza), entonces eso es lo que me pone a escribir. Me interesa sobre todo el cuerpo musical de las palabras y la melodía que construyen cuando platican entre sí. Cuando aparece ese cuerpo, lo sigo. Me interesa contar una historia, pero aparece siempre con forma musical”.

Ganadora del Premio Nacional de Ensayo “José Revueltas” 2006, por su libro El ocaso de los poetas intelectuales, Malva Flores menciona que hasta hace algunos años era posible distinguir a los poetas mexicanos de los hispanoamericanos porque se trataba de una poesía “hilvanada y cantadita”.

“Todo estaba en su lugar pero, salvo notables excepciones, no encontraba una tensión formal que se arriesgara a salirse de tono. Hoy no podría suscribir esa opinión, aunque a mí me siga gustando hilvanar y cantar”, menciona.

Respecto al horizonte actual de la poesía mexicana, la autora de Casa nómada menciona: “Creo que somos tantos, que cualquier intento de panorama dejaría de lado propuestas interesantes, particularmente la de los poetas más jóvenes, que no tienen el peso de esa tradición sobre sus hombros. El olvido o el desconocimiento de la tradición puede llevarnos a repetir lo que las vanguardias latinoamericanas o la poesía norteamericana de hace más de medio siglo, ya hicieron”.

“De pronto leo poemas que me dejan muda porque no entiendo para qué se escribe una poesía que no intenta ‘decir’ y que sólo quiere ‘estar’, o, peor aún, pretenderse irreverente”, menciona.

Para Flores la poesía no tiene por qué ser solemne, pero tener como programa la irreverencia o la capacidad representativa del poema es para ella una “estrategia fallida”. “A lo mejor lo que ocurre es que ya no encontramos qué decir ni cómo hacer de eso que decimos una sustancia viva. O tal vez se crea que decir es algo que hoy ya no tiene sentido. Yo aún no lo sé”, reconsidera.

Calidad y carencia

La escritora considera que a pesar de que existe una calidad en la poesía mexicana actual, hay al mismo tiempo una carencia de lectores. Demanda también la carencia de una crítica especializada, “podríamos reclamar que las entrevistas y editoriales ya no se interesan por el género, pero mejor habría que reflexionar sobre la responsabilidad de los poetas en esa circunstancia”.

“La omnipresencia de Octavio Paz era un hueso casi imposible de roer, pero propició la discusión y la crítica de poesía más que nadie en la segunda mitad del siglo pasado. Lo verdaderamente dramático es que la mayoría de los poetas dejó de discutir, dejaron de ser la voz incómoda que se interesaba, más allá de la poesía, en los problemas de la vida pública y esa renuncia creo que no ha sido nada buena”, menciona.

A pesar de la poca difusión de la poesía en los medios tradicionales, la autora menciona que las nacientes plataformas virtuales pueden ser una opción. “Creo que aunque en Internet se puede encontrar toda la basura del orbe, también podemos hallar un sitio, más amplio quizá, para la conversación. La poesía también es eso: “una forma de platicar nuestra visión del mundo”, dice.

Respecto a la presencia de la figura femenina en la creación poética, Malva Flores menciona que no cree en las cuotas de género. “La poesía es buena o no lo es, independientemente del sexo de su autor”, dice.

Publicado originalmente en El Universal