martes, 9 de septiembre de 2008

Las palabras pesan más que el mundo

Alguna vez Rocío Cerón me comentó, palabras más palabras menos, que los "poetas de mantel" estaban liquidados. Se refería a los poetas acostumbrados a leer a la manera tradicional, frente a un público -cada vez más exiguo- que asistía al acto como a la representación de una liturgia empolvada. (Todo esto, aclaro, son mis palabras. Es decir, el recuerdo que sus palabras me produjeron). Lo que sí es real y verificable es el trabajo de Rocío, no sólo como promotora de poesía o editora del Billar de Lucrecia ("proyecto para y por la poesía escrita en Latinoamérica por autores nacidos a finales de los sesenta y la década de los setenta", avisa la presentación de su blog). Su trabajo más interesante es, sin duda, la conformación de su propio lenguaje poético.

Como yo nací a inicios de los sesenta, no tengo más remedio que hablar como "poeta de mantel" sobre Imperio, el último libro de Cerón, en el cual leemos: “Un hombre en fuga se aferra a cualquier cosa”. Ese hombre, esa fuga, ese verso, devienen columna vertebral de un poema que nos habla de una patria lejana, construida por los ojos, como quiere su autora, pero también por la voz.

Varias preguntas surgen de inmediato: ¿Quién es ese hombre? ¿a qué cosa se aferra en su huída?, ¿cuál es el imperio? Y, finalmente, ¿por qué ver la poesía como una interrogación? Ya lo dice el epígrafe de Virgilio que anticipa la lectura de este poema largo: Somos arrastrados por los presagios
y los presagios, como los oráculos, deben ser descifrados. No otra es la tarea del poeta y su herramienta, la palabra poética, es toda ella, un código cifrado que hunde sus raíces en el espacio movedizo del oráculo, en su capacidad analógica para saber que esto, es también aquello; que la tercera persona es también la primera.

A ese código sin embargo, podemos acceder mediante la revelación que ese mismo entramado del lenguaje produce, siempre y cuando entre el que escribe y el que lee se establezca un hilo sensorial, sonoro, pero también una enramada de sentidos cuya trama no es otra que la historia. La historia de las palabras, la historia cotidiana, pero también la Historia, con mayúsculas. Esa que nos recuerda siempre que somos fundadores y testigos de la guerra, pero también que engrosamos los números de su daño colateral.

Este nuevo, viejo imperio que cada día se construye, se nos hace visible a través de cinco estancias de una misma patria desolada, pues aunque geográfica y culturalmente no sea la misma, es una sola la estancia emocional del dolor y la batalla, sinónimos tal vez para una misma pérdida.

Un Imperio, lo sabemos, no se construye sin ellos. Sin embargo, Rocío nos va proporcionando datos precisos, distribuidos en las cinco partes que conforman su reino de palabras, y que el atinado y hermoso texto que le ofrece el poeta chileno Raúl Zurita, nos ayuda a dilucidar mediante el establecimiento de sus coordenadas.

Pero, importa en realidad saber dónde ocurrieron las cosas, en qué arena se derramó la sangre, quién fue el testigo de aquel destazadero. Importa acaso dónde murió un hermano, cómo era el padre ausente, cuál el color de los ojos de una madre o quién quería un cuerpo, “un gesto un espacio de asueto no un arma balanceando sobre el pecho su filo para cambiar la historia”. ¿Vale saber si es Palestina, Israel, Corea, o acaso el luminoso jardín de nuestra infancia?: “
Un cuerpo son cien cuerpos / cien cuerpos son un cuerpo”, nos dice Rocío Cerón y nos hace comprender que no importa quién, cómo, cuándo o dónde. Todos somos uno y la respuesta es uno mismo. Lo que importa es el cuerpo, el cuerpo es la patria que naufraga y lo único a lo que puede aferrarse el hombre, su única tabla de salvación, es el lenguaje universal de la poesía.

Expresión histórica de razas, naciones, clases. [La poesía, ha dicho Paz] niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito”.

Pero es necesario resistir. “Insistir en el pasado” dice la autora y establece así una distancia entre el “hoy sin mérito” y “la memoria que clarifica”; entre la tangible figura de una madre que “entraba a la cocina, en busca siempre del comino,” toda ella “pecho, amor y leche tierna”, y la “líquida modernidad donde todo se figura y nada toma forma”.

Pero, ¿de veras es modernidad el ahora?. En verdad sólo ahora ¿“los hombres construían Templos, adoratorios para el tintineo metálico”? La poesía suspende el tiempo y en ese mismo instante se abre a la ventana de lo intemporal, es decir, de algún modo también, de lo permanente. La búsqueda del lenguaje poético es entonces la opción de resistencia, la oportunidad de vencer a la historia. Por eso, lo dice muy bien Rocío: “De levante iremos hacia otra casa –canto– donde seremos guarida de palabras de un campo fértil, de una piedra que funda al consuelo”.


No es otra la facultad del poeta pues sabe que su palabra no sirve para construir naciones, no firma acuerdos de paz y ni siquiera levanta los ladrillos de alguna fortaleza. No sirve, tampoco, para eludir los presagios, convertidos en sangre. Sirve para ensanchar el horizonte, para que este "mundo de derruidas lozas, de fosas atestadas de sangres", sea aquel: el que nace en la mirada y se vuelve palabras porque aún ahora, nos recuerda Rocío, "las palabras pesan más que el mundo".

jueves, 4 de septiembre de 2008

El diálogo, el ruido, 25 años después

Hace casi 25 años, el 7 de octubre de 1984, Octavio Paz recibió el Premio de la Paz que cada año otorga la Asociación de Editores y Libreros Alemanes. En su discurso de recepción, publicado en Vuelta con el nombre de El diálogo y el ruido, Paz abordó la situación de Nicaragua y del gobierno sandinista, lo que provocó una airada respuesta por parte de la izquierda mexicana, que culminó con la quema en efigie del poeta frente a la embajada de los Estados Unidos. En aquel 1984, Paz decía:
Aunque en nuestros días la legitimidad de los gobiernos se funda en el sufragio libre, universal y secreto, deben satisfacerse otras condiciones para que un régimen merezca ser llamado democrático: vigencia de las libertades y derechos individuales y colectivos, pluralismo y, en fin, respeto a las personas y a las minorías. Esto último es vital en un país como Nicaragua, que ha padecido prolongados períodos de despotismo y en cuyo interior conviven distintas minorías raciales, religiosas, culturales y lingüísticas.
Después de los sucesos provocados por las palabras del poeta, y como presentación al discurso de Paz en Frankfurt publicado en Vuelta, Gabriel Zaid comentaba:
En México, por el contrario [de Frankfurt], con asombrosa rapidez, a los 3 días ya estaban listas 228 firmas de “profesores de todas las ramas científicas y culturales” de 13 instituciones de 5 países, contra un pasaje del discurso. A través de artículos, encuestas, caricaturas y declaraciones que llegaron hasta la Cámara de Diputados, avanzó un linchamiento que culminó 2 días después ante la embajada norteamericana con la quema en efigie de Octavio Paz. No se echaron sus libros a la hoguera, pero se recitó un exorcismo coreado que decía: Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz. Todo fue tan rápido, tan desmedido, tan eficiente, tan bochornoso, que no se entendió sino en la vieja tradición de los colgados para dar ejemplo. Pero el ejemplo resultó contraproducente. Si así se trata en México a un mexicano que, de paso y de lejos, critica el régimen sandinista, hay que imaginarse cómo se tratará en Nicaragua al que se atreva a abrir la boca.
Ahora, el poeta Ernesto Cardenal, nicaragüense, se atrevió a abrir la boca contra Daniel Ortega; el mismo Daniel Ortega que a fines de 1983 tomó el control de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, como líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, y que se mantuvo en el poder hasta 1990. El mismo Daniel Ortega que en 1998 fue denunciado por su hijastra América Narváez Murillo, por abuso sexual y que hoy, nuevamente, se encuentra al frente del gobierno en Nicaragua. Cardenal, por su parte, fue ministro de Cultura del régimen sandinista entre 1979 y 1990. En 1994 renunció al Frente Sandinista por discrepancias políticas con el propio Ortega. Ahora se han cancelado sus cuentas bancarias y es víctima de una persecución política producto de sus declaraciones contra el presidente de su país, realizadas recientemente en Paraguay. No podemos menos que unirnos a la exigencia del cese de esta persecución orquestada contra el autor del Canto cósmico, publicando el desplegado que circula en los correos electrónicos:
A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL:
  • Denunciamos el reciente ataque del gobierno de Daniel Ortega contra el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal.
  • El Padre Cardenal había sido acusado en 2005 por injurias a raíz de una carta que publicó en defensa propia, y recibió una sentencia absolviéndolo de estos cargos y declarándolo inocente, tan absurda era la acusación.
  • Ahora, un juez obediente a Ortega ha revocado esa sentencia declarándolo culpable. Esta acción es totalmente ilegal. La legislación nicaragüense considera que una sentencia sólo puede ser apelada en los seis meses siguientes, de lo contrario se considera cosa juzgada, y no puede cambiarse. Pero el sistema judicial responde a la voluntad política de Daniel Ortega.
  • Todo aparece como una clara represalia por la permanente actitud crítica del padre Cardenal contra los abusos del gobierno de Ortega. Casualmente, esta sentencia fue dictada a su regreso de la toma de posesión del Presidente Lugo en Paraguay, a la que fue invitado de honor y a la que Daniel Ortega se vio impedido de asistir por el rechazo de las organizaciones feministas a su presencia, dada la acusación de abuso sexual que le hiciera su hijastra, Zoilamérica Narváez. En Paraguay, como en otros lugares, Cardenal dijo lo que piensa de Ortega.
  • La integridad de Ernesto Cardenal y sus credenciales como persona que ha dedicado su vida a la causa de la justicia, confieren enorme autoridad a sus críticas, tanto dentro como fuera de Nicaragua. Esto resulta intolerable para Daniel Ortega y es la razón por la cual Ernesto Cardenal ha sido condenado en un fallo judicial injusto y vengativo, y por tanto escandaloso.
  • Ernesto Cardenal es la más reciente víctima del acoso sistemático orquestado en contra de todos aquellos que han levantado sus voces para denunciar la falta de transparencia, el estilo autoritario y el comportamiento inescrupuloso y la falta de ética de Daniel Ortega en su retorno al poder.
  • Llamamos a los escritores y amigos de Nicaragua en el mundo a denunciar esta persecución política, a demandar el cese de estas acusaciones ilegales e infundadas y a expresar su solidaridad con Ernesto Cardenal y con el derecho del pueblo nicaragüense a vivir libre de miedo y represión.
Efectivamente, el pueblo nicaragüense tiene derecho “a vivir libre de miedo y represión”, gobernado bajo un régimen que admita las mínimas condiciones de la democracia que en 1984 solicitaba Paz para Nicaragua: “vigencia de las libertades y derechos individuales y colectivos, pluralismo y, en fin, respeto a las personas y a las minorías”. Ojalá que quienes entonces aplaudieron el linchamiento en efigie del poeta mexicano y ahora firman los justos desplegados en defensa del poeta Cardenal, lo recuerden.

lunes, 1 de septiembre de 2008

No hay edén, hay exilio

Hay, en el Libro de las transformaciones que el poeta peruano Isaac Goldemberg publicó recientemente, un poemario breve y conciso que alude a las interrogantes en torno a la poesía pero, sobre todo, a las preguntas que el ser expresa en relación con la idea de Dios. Sin embargo, el propósito de Goldemberg no es buscar lo sagrado para —unido a él, en su contemplación o en su gracia—, alcanzar momentos de iluminación instantáneos que consigan hacer cierta aquella idea expresada por Baudelaire cuando nos habla de la necesidad del poeta de adueñarse inmediatamente, sobre esta misma tierra, de un “paraíso revelado”.

No hay edén. Hay exilio. Un destierro que alcanza la galaxia toda pero que alude a un escenario que es el mismo de siempre: “De repente, la situación interplanetaria / pasa a ser la del humano, / la clásica situación existencial: infi erno y paraíso pasan / a ocupar el mismo espacio.” Un exilio en el que “hombres y mujeres carecían de la voluntad de soñar/ y gemían en el espacio privado.” Una expulsión que implica la vida en un sitio –en la aldea global y más allá– donde vestido de banalidad, de poder, de hambre, el terror campea. Y Dios, ¿dónde está Dios? En todos lados y en ninguno.

Este “Arte po/ética con Dios en el medio” como se titula uno de los poemas incluidos y que bien podría nombrar a la reunión de estos textos, es la verificación de aquel que ha luchado con Dios, o por lo menos con su idea. El cuestionamiento de la existencia de Dios parece la constante, sin embargo ¿no es su sola enunciación, la prueba de su existencia? “Porque Dios es la idea / de todos nosotros, / recemos juntos, /cada quien con su cada Dios” dice un Goldemberg deseoso de olvidar las diferencias religiosas. Su petición nos recuerda que el rezo es, ante todo, verbo, solicitud en acción de palabras, poema a fin de cuentas. Pero así como Dios, la poesía supone asimismo tela de dónde cortar y como Él, ha sufrido también “la mayor devastación”. El motivo de esta catástrofe es similar a la del Creador y la palabra poesía y la de Dios resultan intercambiables:

La poesía era la poesía
y el humano era el humano
y ocurrió que ya casi nunca se encontraban
la una con el otro.

Sin embargo, en el libro de Goldemberg a la palabra se le confiere un poder mayor pues “todo Dios y todo humano cohabitan / en el mismo tiempo y en el mismo espacio, / donde todo es manejado por el todo poético. /Dioses, humanos, gatos, líquenes, algarrobos / son acumulaciones de genes poéticos. /Y todo parto poético es el big bang / entre todo espacio y todo Dios. / Entre toda nada y Su más íntima condición.”

A pesar de sólo haber servido a sus propios propósitos, de haber perdido su contacto con los hombres, —esos hombres desconcertados “sin saber qué hacer porque todo el mundo conocido / había sido destruido por el fi n de la historia” — la sola enunciación de la palabra poética es también el triunfo de la poesía sobre el tiempo histórico y así, en su fundamento, la lengua, se convierte en uno de los dos caminos de regreso a la tierra natal, al edén... Leer más

Isaac Goldemberg, Libro de las transformaciones. Prólogo de Eduardo Espina y Róger Santibáñez. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007.