jueves, 6 de septiembre de 2012

¿La poesía o los poetas? A ojos vistas, yo no soy Marilyn.






A ojos vistas, yo no soy Marilyn. La hermosa, la diva, la eternamente blondie Marilyn. La que se fue y volvió de aquel infierno transformada ya en gasa —temblorosos los ojos que la miran desenvolverse allí, con el vestido blanco, sonriendo desde esa altura que se sabía inmortal. ¿Sabía?
            Warhol también la vio, icónica, a su muerte, y más de quince minutos de gloria deparó para ella. Como las latas Campbell’s, pienso, mientras recuerdo el sabor agridulce de una sensible sopa de tomate. Ahí empezó todo. (No. Fue antes, pero era sólo un gesto el de Duchamp. No. Pasaron tantas cosas que no caben aquí y sin embargo, pesan). Pero hoy ya estamos así, en tantas formas repetidos y burdos.
            ¿Acaso fue cuando la joven del lunar (entonces pelirroja, antes bruna) posó en el calendario del sueño de todos los soldados? ¿Tal vez cuando mostraba que ella podía leer también el Ulises de Joyce?
            Pero la no siempre blondie Marilyn, ya lo sabemos, tuvo una vida dura. Hija de quién sabe quién, prenda del orfanato, acaso tartamuda por la muerte de un perro consentido. Ella, la sola, la dulce, suave, Marilyn que no era hermosa, sino boba. ¿Era?
            “Es preferible exponerse al ridículo antes que lucir aburrida”, dijo alguna vez la diva y no sé por qué me asalta la imagen del oropel sonoro: el show abrillantado donde hoy se ilusiona la poesía.

            ¿La poesía o los poetas? A ojos vistas, yo no soy Marilyn.