Hace un año Tomás Segovia (1927-2011) vino a Xalapa y tuve la fortuna de presentarlo aunque, en realidad, no era necesario. Reproduzco, a modo de homenaje, las palabras de aquel día.
Tomás Segovia es “el familiar del mundo”. Me parece que esta frase con la que Guillermo Sucre definió a Segovia en la ya lejana década de los ochenta aún sigue vigente. Pocos, realmente muy pocos son los poetas que, como él, vivieron de cerca y fueron protagonistas de una de las etapas más intensas y fructíferas de la poesía mexicana, esa que en la segunda mitad del siglo XX nos legó un cúmulo de nombres y obras hoy imprescindibles. En su lugar, parece obvio que cualquiera se dedicaría a cultivar un jardín complaciente, pero no él: Tomás Segovia ha tenido siempre una conciencia obstinada del tiempo y las circunstancias que le han tocado vivir. Por eso, no es nada más el autor de Anagnórisis o Casa del nómada: se le conoce no sólo como un crítico y polemista literario (los tomos de sus Ensayos junto con Poética y profética lo atestiguan) sino también como un intelectual con un profundo sentido ético.
Como cualquiera puede comprobar, Tomás Segovia insiste en su diálogo vivo y a veces conflictivo con la realidad: un vínculo tan puesto al día que no duda en recurrir a la red con esa naturalidad de la que sólo él es capaz. Así, su sitio en Internet se llama simplemente: El blog de Tomás. En las últimas entradas pueden leerse, por ejemplo, un comentario sobre los historiadores y la democracia en nuestro país tanto como un adelanto de sus “cuadernos de notas” (no Diario, aclara), en donde el poeta ha ido registrando el cauce de su pensamiento contrastado siempre con el ruido de afuera, reflexionando sobre las formas de la poesía más reciente o sobre el lugar de la poesía en el mundo actual: una constante en muchos de sus ensayos: “La poesía, dice Segovia, está fuera de lugar porque da fe de que el origen está perdido y es nostalgia del origen, pero en la globalización el origen no está perdido, sino borrado, oprimido y culpabilizado. La globalización no es ni lugar, ni nostalgia del lugar, ni mirada exterior que da sentido al lugar.” Lo cierto es que la poesía de Segovia, ávida de realidad, de música y de cuerpo, consigue hacernos visible el lugar verdadero, es decir, nos esclarece el mundo, le da sentido.
No es raro que un poeta que ha hecho de la errancia una metáfora de su condición –y aún de su elección– nos hable de nostalgia del origen... Pero decir exilio, para él, no es sólo hablar de una historia personal sino también de un destino que asume la vocación del nómada, buscando refundar el mundo donde haya lugar.
Tomás Segovia nació en Valencia en 1927 y al comienzo de la Guerra Civil emigró a Francia, desde donde viajó a Marruecos y después a México, lugar de adopción en el que vivió la mayor parte de su vida, hasta que volvió a España. En nuestro país y junto con Carlos Fuentes, dirigió la Revista Mexicana de Literatura. Más tarde, fue secretario de redacción de Plural, dirigida entonces por Octavio Paz. Asimismo, fue fundador y miembro de la revista Vuelta. En México se formó y escribió gran parte de su obra, la que se despliega en terrenos tan variados como el guión cinematográfico y la investigación lingüística; la narrativa, la traducción y la edición, para desembocar en lo que define como su pasión irrenunciable: la poesía. En 1998 el Fondo de Cultura Económica reunió sus libros de poemas bajo el título general de Poesía, 1943-1997, summa que es ya un clásico de nuestras letras y al que le han seguido otros títulos al paso de los años. De una u otra forma, en estos libros habla la voz del “familiar del mundo” (el errante por biografía y por vocación), pero también habla la voz de una memoria, la huella de un origen quizá más mítico que individual o anecdótico.
Para mi generación, como para tantas otras, la figura de Tomás Segovia es una presencia tutelar, es una casa en su más amplia acepción. Lo hemos leído, lo hemos discutido y no pocos lo hemos plagiado. El azar ahora me procura la fortuna de ofrecerle disculpas. Sólo después de tener en mis manos un libro que escribí bajo el que yo pensaba prístino título de Casa nómada, pude darme cuenta de una devoción que se cumple más allá de los nombres, pero también leí mi descarado plagio.
Hace cincuenta años Tomás Segovia publicó en la Universidad Veracruzana El sol y su eco. Esta casa editorial hoy lo recibe con el enorme gusto de quien mira volver a uno de sus hijos. “La travesía vuelve siempre a Ítaca”, ha escrito Segovia. “Todo es Ítaca, todo es el presente/ detrás de la memoria”. Con la lectura de estos versos quiero concluir para decirte las palabras que en tantos sitios y tiempos has oído: Tomás, bienvenido a tu casa.
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