domingo, 14 de abril de 2013

Plagas imprevistas


para Sandra Lorenzano, que me advirtió

Siempre he padecido el acicate de las plagas y lo que más me aterra es la aparición del flagelo inesperado, el que nunca imaginamos y deshace todas nuestras previsiones más íntimas. Es una forma del azar que nos recuerda la exigencia de estar alerta siempre; no olvidar nunca que, estés donde estés, hagas lo que hagas, siempre serás un exiliado. Alguien que vive fuera de, procurando reconstruir un mundo ya imposible.
Mientras oigo el zumbido y nos encerramos en las recámaras, recuerdo otro momento, hace ya varios años, cuando en tres días no salimos de la cama más que para lo necesario. La recámara apestaba a palomitas que Ana y José habían regado por toda la habitación. Con dificultad me levantaba al baño, a darle de comer al hurón, a los gatos o a preparar algunos sándwiches para los niños e intentaba recoger un poco las migajas y las envolturas de los dulces pues me horrorizaba que las cucarachas hicieran su aparición mientras dormíamos. “Aquí las plagas bíblicas son reales”, me dijo un amigo cuando llegamos a Paso de Ovejas. “En cuanto llueve, llegan las culebras; después aparecen unos moscos pequeños, diminutos, —chaquistes, les dicen— de los que sólo tienes noticia cuando ya te picaron y tus piernas y brazos se cubren con unas ronchas duras y rojas que provocan una intensa comezón que te atormenta durante días, si te va bien. Si no, le sumas la calentura. Luego debes cuidarte de otros moscos, los del dengue; de las arañas —tarántulas y otras enormes, con la panza amarilla, o de las viudas negras—. También llegan gusanos, negros, peludos, que se llaman chinahuates; azotadores, pues. Cuando los chinahuates se van, aparecen las mariposas negras. Después el calor y entonces todo se llena de cucarachas: las típicas y otras, más pequeñas, que vuelan y les dicen chompipes. A las cucarachas las persiguen ríos de hormigas, voladoras o no, que las devoran a su paso. Pero no acaban con todas. Siempre hay cucarachas”. Ese día, mi amigo había ido a despedirse. Regresaba finalmente a la ciudad de México después de su aventura por este paraíso y nos quedamos solos, a merced de las plagas.
Los niños no bajaban de la cama hasta que les asegurara que no había bichos y siguieron poniendo las mismas películas, repetidas una infinidad de veces. Ya no estaban tan felices con sus involuntarias vacaciones pues el primer día hicieron largas listas de actividades que no pudimos cumplir y nos quedamos en pijama, sin ir a la escuela o a la universidad, ni siquiera a sus clases de música. Y seguimos así, sobre la cama, que es lo único que alcanzaba a poner en su orden a media mañana, supongo, porque odio los relojes y en aquella ocasión los niños bajaron las persianas para imaginar que se encontraban en el cine.
Me dolía todo el cuerpo porque en las noches José se atravesaba en la cama y Ana y yo nos quedamos en la orilla haciendo equilibrios para no caernos; pero preferí que nos acostáramos juntos para ver si así podía dormir y porque tenía pavor de que se enfermaran antes de que David volviera o les picara un animal sin que yo me diera cuenta.           
Siempre he creído que si estamos juntos nada malo puede ocurrirnos o, si nos pasa, nos pasa a todos. Nos salvamos o nos morimos, pero juntos. Cuando llegamos aquí pasaron meses antes de que me atreviera a dejar que los niños durmieran en su habitación y acondicionamos colchonetas en el piso hasta que a José le dio el primer ataque de asma y al encender la luz descubrimos que la exagerada descripción de las plagas bíblicas era una realidad escurridiza.
La de hoy no se escurre. Vuela, con un sonido atroz de tan intenso. Llegó antier, sin previo aviso, como todas las plagas. Habíamos matado más de cien y nos preguntábamos por su estirpe, africana o común, mientras mis hijos contaban los cuerpos esparcidos por la cocina, los baños, en cualquier sitio. La nube que zumbaba afuera de las mallas con las que intentamos protegernos de las otras plagas era ya amenazadora cuando llamamos a los bomberos, que llegaron sin el brillante camión rojo o protección alguna. Después de una hora de batalla, lograron que se fueran.
Dicen que las abejas son los espíritus de nuestros muertos que vienen a visitarnos, a protegernos. Ahora no dejo de preguntarme si las pobres guerreras asfixiadas podrán todavía interceder por nosotros. Las que aún vuelan, zumbando en el cubo de la escalera, serán debidamente protegidas.

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