Félix de Azúa
Cuando leí las palabras de Azúa en una entrevista reciente, solté la carcajada. Imaginé al contingente de poetas heroicos, “imposibles” y recordé las palabras de un querido amigo, crítico consagrado, mientras nos dirigíamos a participar en una mesa redonda durante alguna feria de libro: ese espacio que impone una competencia no escrita sobre el número de libros adquiridos y del que salen los compradores con bolsas cargadas de volúmenes que nunca alcanzarán la gracia de la lectura. “No gana uno para vergüenzas con los poetas” (cito de memoria), dijo mi amigo, aludiendo a un escándalo protagonizado por los bardos en el recinto ferial.
Yo caminaba junto a él entre los numerosos “stands” como quien transita el pegajoso túnel de los rastros: nuestra participación, junto a dos exitosos narradores, consistía en hablar de nuestros “rituales” de escritura. Un auditorio atestado esperaba a los escritores, anhelando conocer qué ritual, qué extraña anomalía hacía de quienes se sentaban a la mesa, seres extraordinarios, fabulosos animales de un circo “de mentiritas”. El resultado era previsible. Los narradores exitosos hicieron gala de sus manías y alguno de ellos, como en el palenque, documentó con claridad que la crítica le tenía sin cuidado. Él sólo escribía para ese público fervoroso, que fervorosamente le aplaudió arrobado. Mi amigo el crítico se defendió como pudo del anonimato que cayó sobre mí, pues no pude inventar alguna manía distinta a la de levantarme a las cinco de la mañana y tomar café. Hubiera podido hacer gala de algún extraño padecimiento; tal vez necesitaba decir que, debido al género literario que practico, antes de escribir un poema debo tomar cuatro cervezas. ¿Habría sido simpático discurrir sobre la revisión del canon en el escusado y otras licencias fisiológicas? Quizá debí asumir la personalidad de Bolaño antes de volverse estrella. Nada se me ocurrió y comprendí que yo era una vieja poeta “de mantel”, como llaman ahora a los poetas que no practican gimnasia en el escenario y no disponen de un aparato esotérico-pictórico-musical que los acompañe.
Todo eso recordé cuando leí las palabras de Azúa. Imaginé (y luego comprobé en Facebook) que la cita tendría mucho éxito (entre los poetas, naturalmente). Siempre es lindo sentirse el descarriado. Es heroico y viste bien ser el chivo en la cristalería. Ser “incómodo” ha sido la función de los poetas pero, además de pellizcarle el culo a la ministra, de levantarse en el foro como los antiguos aedas, o de protagonizar escándalos en las ferias y pasillos literarios, los poetas eran incómodos porque eran críticos (no sólo de poesía). Eso también ya está pasado de moda. Lo de hoy es decir: “yo sólo leo poesía (extranjera, naturalmente; eslava o anglo de preferencia)” y “yo sólo escribo poesía (irreverente, por supuesto; de preferencia no sublime ni solemne)”.
Algunos se han quejado de la falta de crítica de poesía en las revistas y suplementos literarios. Yo misma he dicho que en las publicaciones actuales la poesía es como la figurita de Lladró con la que se adornan algunas casas para recibir a los invitados. El espectáculo no puede ser más triste pero es común en todas nuestras revistas culturales que aspiran al canon hemerográfico. En general, los artículos sobre poesía son escasos. Las reseñas, un desierto.
Una revisión de algunas de las revistas puede constatarlo. Elegí cuatro: dos revistas independientes de alto tiraje; una subvencionada por el estado y otra, también subvencionada, pero universitaria.
En enero, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica le dedicó todo el número a la poesía pero no a su crítica o reflexión. Se trató de una extraña antología de “las voces más representativas del catálogo de poetas con que cuenta el Fondo”. En ella Sor Juana departe con Feli Dávalos, por ejemplo. Guadalupe Amor y César Vallejo, Rosario Castellanos y Ezra Pound, Elías Nandino y Pavese comparten también páginas en un orden cuyo criterio sólo Dios puede conocer y del que eliminó de un plumazo a poetas esenciales del catálogo de Tierra Firme, a la mayoría publicada en Letras Mexicanas y la obra poética de Octavio Paz, completa. La portada se ilustró con obra de Vlady: inmensos elefantes sobre escaleras que no van ni vienen de lado alguno, un arco del triunfo en llamas, vigas de una construcción en ruinas y la figura de un hombre que desnudo y de cabeza parece caer siguiendo al mundo. Esa imagen, junto al título del número de enero —“Poesía en el Fondo”— muestra la sagacidad de sus visionarios editores. Pero después de ese inicio alentador, la poesía fue enviada nuevamente al fondo. Un artículo de Alfonso Reyes sobre San Juan de la Cruz es, como en el futbol, el gol de la honrilla para La Gaceta, hasta octubre. Pero ¿a quién le importa ese partido?
La Revista de la Universidad, refrenda su tradición pues, como dice David Huerta en uno de sus artículos: “Las ediciones universitarias siempre han tenido lugar para la poesía”. En los últimos diez meses publicó una veintena de artículos sobre poesía, 70% de los cuales corresponden a buena parte de los asuntos que trataron las columnas de dos poetas: Adolfo Castañón (“A veces prosa”) y el propio Huerta (“Aguas aéreas”). El resto se ocupó, en este año bicentenario, de nuestros poetas muertos o de nuestros poetas premiados. Hubo dos reseñas y algunos poemas, entre los que destaca la selección de Ramón Xirau: “Seis poetas catalanes”. (Un paréntesis: leyendo el hermoso texto que Christopher Domínguez escribe sobre Valery Larbaud —“El príncipe de la curiosidad”, en su columna “La epopeya de la clausura”— me asalta una revelación sobre las migraciones literarias. Domínguez, Xirau, Castañón y hasta De la Colina e Hiriart, en esta revista, me hacen recordar otras).
De Nexos no habría por qué sorprenderse si se encuentran menos artículos sobre poesía que dedos de la mano, algunas alusiones en “Estante” y tres reseñas, que ya vienen siendo un “aporte significativo o emblemático” (para decirlo académicamente) del interés que el género despierta en los editores. Sin embargo, atentos al papel intelectual de los poetas, en el número de abril publicaron un ensayo de Amado Nervo, “La eutanasia”, que ya habían incluido en noviembre de 1995 y que fue publicado en 1913 por primera vez.
¿Cómo no sentir júbilo al ver que Letras Libres, religiosamente, incluye al menos tres poemas mensuales y publicó durante el año cinco artículos sobre poesía y una reseña de libros de poesía en promedio por número? De sor Juana para acá el amplio espectro de sus novedades reseñadas debe alegrarnos. Ya no me alegro tanto cuando veo que entre los “Doce libros del siglo XX mexicano”, que mes a mes comentaron, no hay uno solo de poesía. Ni Muerte sin fin, Nostalgia de la muerte, Los hombres del alba, Libertad bajo palabra, No me preguntes cómo pasa el tiempo y tantos otros pudieron alcanzar un boleto de entrada al canon centenario. Como la nota que acompaña el inicio de la serie advierte que “La Historia no sólo la hacen los actores sociales y políticos, también quienes la piensan y escriben”, imagino que los libros de poesía no entran en esa clasificación porque es un género que tiene una relación nula con la Historia…; no así la revista Examen, dirigida por Cuesta, que puntualmente fue comentada por Guillermo Sheridan. (Aún tengo esperanzas pues en el número de diciembre, estoy segura, alguien hablará de la Suave patria, poema que no podemos dejar en el olvido si deseamos propiciar la lectura de “títulos indispensables para entender el México del siglo XX”.)
La crítica de poesía está a la baja...Seguir leyendo en Guardagujas núm. 17 (diciembre, 2010)
1 comentario:
Navegando con mi BlackBerry Torch encontré este blog y esta muy bueno, las secciones que tiene estan muy interesantes. Entraré mas seguid para enterarme de los eventos de la ciudad.
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