A diferencia de otros lenguajes creados por el hombre, el de la poesía, que acrisola en palabras cuerpo, música, y su imagen, funde también dos procesos en eminente pugna: el pensamiento analítico —que permite al poeta, en un momento previo a la creación, desbrozar lo que mira— y el analógico, que no sólo celebra la pluralidad del mundo sino que, además, desconfía del análisis racional donde toda verdad es excluyente pues no pueden coexistir dos verdades sobre un mismo hecho. El pensamiento analógico, por el contrario, afirma la posibilidad de una correspondencia universal que religa el mundo y hace coincidir una verdad con otra: Ante el “sí sólo sí” del lenguaje matemático, la poesía opone la palabra también. Eso son, en esencia, las metáforas y nuestro lenguaje, el de todos nosotros, es un cúmulo de metáforas cristalizadas por el uso en el sentido común.
No voy a decir ahora que el lenguaje de la poesía es, por eso, el lenguaje de la libertad, aunque lo sea. Frente al de la burocracia, frente a las voces del comercio o ante las etiquetas de la academia, se alza la poesía como una forma de resistencia pero su poder revolucionario no estriba en que, durante una marcha, gritemos consignas escritas por algún poeta cuyo nombre ni siquiera conocemos. La poesía es revolucionaria porque es el agitador de la lengua. Al tiempo que nos revela el mundo, crea otro.
Haciendo uso de los poderes analógicos y pidiendo nuevamente disculpas a los presentes, imaginemos una correspondencia no tan disparatada. Cuando los especialistas logren echar andar el acelerador de partículas y si no ocurre una catástrofe como suponen los ignorantes, la humanidad habrá dado un paso más grande aún que el que dio Neil Armstrong sobre la superficie de la luna. A escala, cuando choquen las partículas, repetirán el primer momento de la creación. Eso es lo que hace el poeta todos los días, en una esfera distinta. Hace que las palabras no sólo platiquen entre sí: las somete a la explosión del sentido y de la forma. La diferencia entre los científicos y los poetas es vital: el poeta no busca repetir aquel estallido primero pues si lo repitiera sería un mal poeta.
De ese Big-Bang aparecen, como soles, nuevas palabras o frases y más aún, nuevos conceptos y sentidos que forman las galaxias que pueblan el universo del lenguaje. Las palabras que usamos allí nacieron pero son, en esta analogía, estrellas muertas cuya luz poderosa aún nos alcanza y nos permite hablar. Todo nuestro lenguaje es un puñado de cadáveres, aún prodigiosos. Y cada vez que hablamos repetimos el proceso analógico del poeta. Cuando decimos la palabra “azul” que originalmente nombraba los rizos de un rey; cuando exclamamos: “¡No manches!”, cuando mandamos a alguien a chingar a su madre; cuando
Volviendo a mi símil, imaginemos que la poesía ha dado luz a esas estrellas, hoy muertas, algún día soles poderosos. Cuando un gran poeta aparece de nuevo, su poesía revoluciona la lengua y modifica el espacio estelar. Los soles que produce, vivas estrellas creadas por su gracia, resplandecen para nosotros y aseguran larga vida a la lengua. La poesía, entonces, no quiere analizar, entender o describir al mundo, aunque lo haga; no busca sólo comunicar una experiencia: es a un tiempo experiencia y creación; no ofrece respuestas, aunque las revela. Su propósito es sugerir más preguntas pues nos conduce a pensar nuevos sentidos, correspondencias en el telar del mundo. Eso es, para mí, la poesía.
2 comentarios:
Uhhh qué hermoso elogio de la poesía. Lo interesante es que a pesar de trabajar con palabras, para hablar sobre la poesía nunca habrán las correctas palabras que la describan. Paradojas de un arte único quizá, ahí también encuentro otro enlace con la ciencia.
Toda mi admiración para lo que escribes en este blog, que sigo desde hace unos meses.
Saludos
Mario
Fenomenal el escrito. Mis aplausos a tus letras.
El mejor de mis deseos para ti y los tuyos en este nuevo año. Que la vida te colme de bendiciones y alegría. Sé siempre feliz.
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