EL TIGRE
y él, último ejemplar, todos el último
E. Lizalde
Esos jóvenes tigres que cierran el cortejo del rey en calcetines, atados con un lazo de alcoba, balancean la cabeza complacidos: doscientos veinte kilos de pura velocidad transformada en tiovivo. Tócalos, le digo a la criatura que observa en el paso del circo sus ojos abismales, aquel brillo clonado de una especie mayor, inaccesible.
Ya no hay más tigre aquí: parecen y ahora siguen los pasos del ungido arlequín que va contando cuentos en la feria y encabeza el desfile. Tócalos. Ya no muerden. Acaso queden dos, tres tigres carniceros, reales.
Cuando Él dijo Fiat Tigris jamás pensó escuchar plañideras camadas maullando en la azotea o paseando gentiles por la calle. Un sol de otro horizonte aún lamía sus belfos luminosos de sangre. Hundido en la espesura, acechaba la luz: esa bengala por la que transita.
Tócalos sin temor, repito a la criatura absorta en el prodigio domado. Oye su ronroneo. Al genuino lo encuentras por la voz y quedan dos, tres altas, divinas bestias que emponzoñan la noche con su grito de espanto.
Poza de luz y semen, el Sanguinario bebe su propio hedor a rayas: esplende entre brillos ahumados de vasos y botellas, se arroja al río de su contemplación y emerge puro, solo, irrepetible. Un látigo de plumas avista su llegada a la cima del risco. Abajo, la simulada prole avanza: satín y cascabeles. Abrázalos, insisto. Acaricia su piel de terciopelo y nylon.
Ya se inclina por fin el gorro colorido: risa del arlequín que gesticula o danza. Ha terminado el cuento y los jóvenes tigres replican caravanas. Arriba, nada perturba al oro displicente en el risco: el gran gato solar, coronado de tedio, mira que el circo pasa.
1 comentario:
¡Excelente texto Malva, clemente y cruel al mismo tiempo!
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